viernes, 16 de octubre de 2009

Confesiones de un bigote

Unos rayos de luz me van acechando. El aire me agita, pero no en exceso. Apoyo parte de mí contra la almohada. El aire viene de arriba. Encima mío, una enorme nariz que respira. Deduzco, porque pico, que soy un poblado bigote sin barba, habitante principal de una cara despoblada.

Ser un bigote es un punto de orgullo personal digno de mención. Si hacen una caricatura, siempre sale el bigote. Si me miran con recelo es porque no saben lo que escondo. Si me besan, acaricio la cara de la persona besada con mis tentáculos oscuros y si pensamos juegan conmigo para compartir la resolución del problema través de esos dos dedos, pulgar e índice, que me hacen una juguetona coleta en un extremo. Me hace sentir bien esta reencarnación sin haber muerto.

Por las mañanas, frente al espejo, me acicalan con cariño.

Mi dueño se llama Juan. Juan es un hombre adulto, soltero. Tendrá cerca de cuarenta años, sin cumplirlos. Le gusta sentirse más joven de lo que es y juega a no serlo, por eso lo del bigote. Sabe que es un elemento diferenciador que le da un punto de madurez que explota con vehemencia cuando sale por la noche. Conduce un deportivo un poco ajado pero francamente resultón y emplea su tiempo en intentar vivir lo que ya ha ido dejando atrás. En los bares está muy erguido y siempre está mirando más allá de su interlocutor, excepto si es una interlocutora, pero eso ya lo hemos deducido. Hoy es viernes. Estamos apoyados en una barra junto a unos conocidos. Bebemos una cerveza y digo que bebemos porque siempre se me queda un poco en mi parte inferior. La conversación es absurda, pero a lo lejos hay una chica morena, de pelo liso y largo que parece no estar pasándolo estupendamente bien. Sé que nos estamos fijando en ella porque señalo directamente a su escote. Intenso escote, he de puntualizar. Definitivamente soy un bigote macho.

Creo que hemos decidido acercarnos. Llevamos una copa en la mano y la cabeza llena de frases absurdas que vamos desechando por el camino. Ella es más joven que Juan, probablemente tendrá 35 años. Los 35 es una edad media estable desde los 32 a los 39 en la que la experiencia y la plenitud sexual de la mujer juega a su favor. Con una mujer de 20 años la actividad sexual es prácticamente la consecución de diferentes pruebas atléticas basadas en la durabilidad, intensidad y repetitividad. Sin embargo, pasado ese punto la imaginación, los juegos y la intelectualidad pasan a un primer plano. Es una forma de consolarse como otra cualquiera, aunque no está tan alejada de la realidad, y lo se porque lo debí de leer en alguna de esas estúpidas revistas para el hombre de hoy.

- Sabes que llevo un rato mirando y antes de nada me gustaría saber que no voy a cometer el error de enfrentarme a un marido o un novio antes que a tu, seguro, excelente conversación.

Vaya, es una estúpida forma de decir que “si no estas muy ocupada vamos a hablar de muchas cosas que no me importan, aunque soy un prepotente de mierda, con el único fin de descubrir cuanto tiempo tardamos en levarnos el uno al otro a la cama, y que conste que lo hago porque se supone que el hombre es el que debe de dar este absurdo primer paso”. Pero también es cierto que no es un mal comienzo, dentro de la torpeza.
Estoy congiendo gusto a esto de ser un bigote, porque tengo alma de cotilla y desde este puesto de vigía me entero de todo y puedo ponerme morado con el absolutamente excepcional escote de la señorita.

- No hay ningún problema- nos dice sonriendo- estoy con unas amigas. A propósito, me llamo Sonia.

Nosotros somos Juan y el bigote, chata.

Se que estamos (Juan y yo) una actitud machista. Hoy en día si una mujer hace bromas sobre el tamaño del pene de un hombre, es una mujer liberal y si además les dice a sus amigas que la polla del tipo de ayer era así: explícito gesto con las manos abiertas de forma paralela, entonces es liberal y moderna. Pero, sin embargo, si un hombre mira con deseo un escote y dice sin decirlo que quiere llevar a la cama a la interfecta, entonces es un machista. Dicho esto, nos quedamos en el sitio.

Al final Sonia es una chica estupenda, y la más guapa de todas sus amigas, que la miran con cierto desdén por estar con un hombre mayor (y con bigote). Sé que fomento el complejo de Electra en algunas mujeres, por el aire autoritario y ceremonial que doy. Quizá solamente es una forma de salirme de la normalidad o solamente un ribete de edad que supongo en el labio inferior como lo es el ribete de leche en el mismo sitio cuando alguien es un niño. Sé que me miran, insisto, porque participo en las conversaciones al moverme con las palabras. Además, no saben que las estoy mirando.

Va pasando la noche. La realidad es estupenda, porque al final nos hemos quedado a solas con Sonia. Sonríe con facilidad y yo me estiro de satisfacción cada vez que se alegra. Vamos a ir a nuestra casa. Nuestra casa es pequeña pero con un delicioso cuidado por los detalles y un tufillo a picadero creado con el paso de los años. No es que lo hayamos usado mucho, en absoluto, pero si nos lo preguntan ponemos una pose de complacencia. Saco dos copas y servimos vino tinto. Nos sentamos en el sofá y casi sin tiempo empezamos a besarnos. Me encanta ser un bigote aunque me aprieten sobre su cara, que es suave. Me encanta ser un bigote porque su labio superior me toca y su lengua me acaricia cuando sale de la boca de Juan. Es excitante y a la vez entretenido.

Desnudamos a Sonia casi a la vez que ella nos desnuda. Y pasamos por sus pechos y rozo sus pezones con mis pequeñas extremidades oscuras. Vamos hacia la cama. Sobre ella dejamos al aire su cuidado pubis y su espectacular vientre. Juan y yo casi nos abalanzamos sobre él. Mientras Juan lame yo comparto sensaciones con otro pelo más rizado y más cuidado, para qué mentir. Siento una especie de complicidad, enredo y placer. Es, probablemente, lo mejor que le puede pasar a un bigote.

Después intento dejarles solos mientras copulan con energía, o con la energía de dos adultos en celo. Miro desde mi atalaya e intento recordar mi gran momento. Pienso en repetirlo mañana, o luego, o ya mismo. Sin embargo estoy dentro de una nube y quiero pensar que ellos están tan bien como yo.

Pasado un momento han terminado. Juan se enciende un cigarro y Sonia le roba alguna calada. Hay un momento de silencio que parecen no querer romper más que con el humo que va subiendo hacia el techo.

- No me imaginaba que íbamos a acabar aquí – dice Sonia.
- (Ya, a mi tampoco se me había ocurrido desde que te ví el escote) – Pienso yo.
- Tampoco ha estado tan mal como para que reniegues –contesta, algo más diplomático que yo
- No me fastidies –sonriendo y golpeando con mimo el brazo de Juan- pero solamente te pongo un pero.
- ¿Sí?

Sonia parece buscar las palabras. Desde mi punto de vista yo creo que se lo ha pasado aceptablemente bien, aunque nunca una primera vez es como para echar cohetes. No parece del tipo de mujer que finja un orgasmo, y por lo menos uno ha sonado a verdad, o un rato de verdad. Ella mira al techo y hace crujir el tabaco al aspirarlo. Echa el humo y parece que va a hablar.

- Si, ese bigote

¿Pero qué coño le pasa al bigote?. Cuidado con lo que dices, niñata, que el bigote soy yo y estoy seguro de haberte dado un considerable placer oral.

- Tampoco está tan mal lo del bigote, además dicen que mejora el sexo oral. ¿No te gusta?

Eso es, Juan, sal en defensa de ese compañero que te ha acompañado durante tanto tiempo. Desde ese preciso instante en que decidiste que ya eras lo suficientemente adulto como para dejar de parecer un jovencito y empezaste a aparentar lo adulto y serio que has llegado a ser. Defiéndeme a mi, al único que te mira al espejo todas las mañanas y al único que mira a donde tú miras. Al que manchas de cerveza y de tomate. A mí, a tu fiel amigo.

- Pues creo que estarías mejor sin él. Y yo lo prefiero. Pero si quieres seguir con él… bueno, tú mismo.
- Me estás haciendo dudar, Sonia. Yo pensaba que a las mujeres os gustaba.
- Eso era antes, además da la sensación de besar un enorme cepillo. No te enfades, pero estarías mucho más joven sin él.

¿Un enorme cepillo?. ¡Esta tía es una puta!. Asquerosa, zorra, raquera, pelandrusca, pilingui, cabaretera, chupapollas, bruja, tirada, barriobajera, arrabalera, perra y sucia.

- Vale, lo pensaré. ¿Te llamo mañana?

Ahora también me traiciona Juan. Decididamente las mujeres tienen una infausta influencia en el hombre en celo. Y me está pareciendo que eso no es bueno para mí.

Sonia se ha marchado con un beso que me ha parecido frío y traicionero. Creo que mañana a la mañana me despertaré con una cabeza muerta de caballo a mi lado y un canario muerto en la ventana. Ha sido el beso de la muerte. Ha llegado a mi casa, se ha acostado con mi dueño, me ha dejado tener una relación con su vello púbico (que, pensándolo bien, no ha sido tan estupenda) y poco más o menos le ha dado a elegir a Juan entre ella (a la que conoce desde ayer) y yo (que llevo con el cerca de cinco años). Yo no lo dudaría: a un amigo no se le traiciona.

Sábado por la mañana. Juan se ha levantado tarde y por consiguiente, yo también. La cama está revuelta y huele a puta por toda la habitación aunque pienso que de vez en cuando nos viene bien una relación de este tipo. Noche loca y prisa poca, dice el dicho. Juan se estira la cara al despertarse, con las dos manos que bajan desde la frente, tapando los ojos, hasta apretar debajo de la mandíbula como buscando un punto de apoyo y un interruptor de encendido. Después con el dedo índice de la mano derecha me tapa un segundo. Desayunamos y vamos hacia el baño.

Frente al espejo nos saludamos, como todas las mañanas. Juan llena el lavabo de agua caliente y deja la cuchilla dentro. Coge la espuma. Nos vamos a perfilar un poco para estar estupendos esta noche y ver si encontramos otra chica que nos haga cositas como la de ayer. Me sonrío hacia mí y me dejo hacer con un sano complejo de hedonista.

Juan se echa espuma en la mano. Pero me ahoga con ella. ¡Me está echando espuma!. Se toma unos momentos para pensar, pero no es así, sino que está esperando que me ablande. Estira el labio superior como el desdentado que será dentro de no muchos años. Toma la cuchilla caliente y empieza a afeitarme. Yo me resisto pero sueno como una lija rozando una superficie rugosa. Estoy siendo arrastrado y seccionado por tres cuchillas “turbo 3” de una miserable maquinilla francesa que tantas veces me perfiló y con la banda lubrificada que lleva consigo caigo en la hirviente agua que calentó la guillotina que me ejecuta. Ella , y me estoy refiriendo a Sonia, dictó mi sentencia de muerte. Ella, la varonil polla (pero con artículo femenino como se puede observar), ratificó la sentencia. Juan es el ejecutor. Yo soy el ejecutado.

Agonizo sobre el lavabo como el pez que colea ante la muerte segura sobre la cubierta del barco mientras Juan, recién afeitado, coge el teléfono y marca el número que ayer nos dio.

- ¿Sonia?- Y oigo una pausa. –Ah, perdone, debí de equivocarme.

Ironizo con las circunstancias antes de perderme por las cañerías. Yo ya no existo y Juan está solo. El número es falso


Fuente: http://maldiaparadejardefumar.blogspot.com/2009/10/confesiones-de-un-bigote.html

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